Cuando estábamos juntos, me aterraba abrir mi mente, decirte lo que sentía. Mantenía todo oculto bajo mi lengua, embotellado. La tapa del frasco tan apretada, incapaz de ser abierta. Durante siete meses hice esto. Durante siete meses, oculté lo que sentía, lo que quería decir y quién era en el fondo. No tenía suficiente fuego en mi alma, suficiente fuerza en mi garganta, suficiente valentía en mi corazón. Y lo triste es que, en cuanto aflojé mi agarre, en cuanto te vi caer entre mis dedos, encontré todo lo que necesitaba para decirte lo que sentía. Todo -la fuerza, la valentía, el fuego- parecía surgir de las enredaderas del interior de mi corazón y envolver mi alma.
Y esto, esto es todo lo que tenía demasiado miedo de decirte.
Te di todo. Te di mi dinero, mi tiempo, mis hombros para llorar, mi apoyo. Todo lo que necesitabas, me aseguré de ponerlo en tus codiciosas manos. Escuché cada palabra que dijiste, enviando flechas a mi corazón. Te dejé arrasar mis problemas con los tuyos. Puse todo detrás de ti, colocándote en primer lugar en la carrera.
Dejé que despotricaras y te quejaras, que me contaras todos tus problemas y que intentara ayudarte a solucionarlos. Pero a través de todo, lo único que quería hacer era gritarte. Gritar que cada problema que tenías, lo creabas tú de las cenizas de tus incendios forestales. Hiciste arder todo lo bello de tu vida y luego encontraste a otra persona a la que señalar con el dedo. Las peleas con tus padres se produjeron porque decidiste desobedecerles, y luego te enfadaste cuando aparecieron las consecuencias. Creaste problemas de la nada, una magia que era tu especialidad.
Nunca escuchaste lo que te dije.Al principio, decidí abrirte mi libro, contarte mis problemas, enumerar con todo lujo de detalles lo que me tenía tan destrozada. Y tú me dijiste que todo estaba bien y que no debía sentirme tan herida por esas cosas. Me dijiste que si estaba rota, tú me arreglarías y me harías perfecta de nuevo.
Me hiciste sentir que algo estaba mal en mí porque tenía problemas. Problemas que venían de todas partes. Y en lugar de amarme como se supone que debe hacer una pareja, intentaste cambiarme, intentar convertirme en una muñeca perfecta. Intentaste reparar todo lo destruido dentro de mí, pero lo único que hiciste fue plantar una pequeña semilla de resentimiento en mi corazón que crecía cada día.
Cuando nos juntamos por primera vez, me dijiste que siempre eras tú la que quedaba. Que te engañaban, te mentían, te manipulaban. Y durante un tiempo, decidí creer en tu palabra. Parecías un tipo tan bueno, que me trataba con respeto, que me escuchaba cuando te decía que no, que siempre intentaba abrazar todas mis partes rotas. Pero pronto descubrí que no eras tú el que me engañaba, sino el que me apuñalaba por la espalda, el codicioso y el que buscaba atención. Nunca fuiste feliz con una sola chica: necesitabas tantas como pudieras tener pegadas a tus brazos. Nos tratabas como si fuéramos simples premios que había que ganar, y no seres humanos con sentimientos o corazones. Besabas a otras chicas, coqueteabas con ellas, las invitabas a salir, las escondías de mí. Ni una sola vez hablaste en serio cuando me dijiste que yo era la única para ti.
Y cuando descubrí que había otra chica, lo volviste contra tus padres. Culpándolos, diciendo que te habían dicho que besaras a otras chicas. Diciendo que no sabías que era engañar porque te dijeron que estaba bien. Pero tú sabías, desde el principio, que éramos exclusivos.
Me hiciste daño de una forma que nadie más ha hecho. Y constantemente te excusabas por ello, culpando a los demás, sin asumir nunca la responsabilidad de tus errores. Haciendo que me sintiera como una novia loca y diciéndome que lo estaba exagerando todo.
Me rompiste, y luego le dijiste a todo el mundo que yo te había roto. Y que yo era la mala, la villana que necesitaba una sentencia de muerte.
Hace tiempo, creí que te amaba. Pensé que eras un buen hombre, que intentabas ayudarme. Pero al final, supe que nunca te había amado. Sólo no quería estar sola.
Y tú tampoco me quisiste nunca. Sólo querías un peón con el que jugar, hasta que encontraras algo mejor. Y todo lo que puedo decir ahora es que tengo toda esta rabia contenida en mi interior, a punto de estallar, que tengo que ocultar para no hacer daño a los que quiero. Soy un volcán listo para entrar en erupción, para desatar sobre el mundo toda la destrucción que hay dentro de mi cabeza. Tú me diste la ira y el odio. Y por mucho que intente perdonarte u olvidar todo lo que hiciste, aún tengo las cicatrices en mi corazón. Todavía tengo todas las toxinas en mi mente que dejaste. Todas las malas hierbas y las flores muertas. Cosas que no puedo quitar, sino que tengo que poner a un lado, en el fondo de una jaula, y esperar que algún día pueda limpiar el desván de mi corazón y liberarme de ti.
Nunca fui lo suficientemente fuerte antes para decírtelo, pero Dios sabe que ahora lo soy. No me mereces. No te mereces a una chica que se rompería la espalda intentando darte todo lo que deseas. No te mereces una chica que sea amable contigo incluso cuando lo único que quiere es gritar. No te mereces ni a mí ni a mi amor. Nunca lo hiciste y nunca lo harás. Me merezco algo mucho mejor que tú, y me merezco un hombre que me quiera, sólo a mí, y me lo diga.
Solía querer agradecerte que me dieras el fuego dentro de mi alma, pero luego recuerdo que el océano nunca me dio la capacidad de nadar, me la di yo misma. Y del dolor, he creado mi fuego; he creado mi fuerza; he creado mi voluntad de hacer cualquier cosa y de luchar por lo que sé que merezco.
No te agradeceré que me hagas daño. No te agradeceré nada de lo que hiciste por mí. Porque al final, todo lo que dijiste que hiciste por mí, en realidad sólo lo hiciste por ti.
byKaitlynn Schrock
Mi nombre es Romina y llegué a la conclusión de que escribiendo puedo ayudar a muchas más personas. Así que aquí estoy, en onlyligue