Se quedó, no porque tuviera que hacerlo, sino porque su amor era tan grande y tan fuerte que se aferró a la esperanza de que un día él empezaría a parecerse al hombre del que se había enamorado.
Nunca se habría enamorado de él si la hubiera tratado tan mal desde el principio. Entonces las cosas eran diferentes. Él la colmó de atenciones, amor y cariño hasta que fue completamente suya.
Pero ese hombre ya no está a su lado. El hombre con el que está juega al frío y al calor, al bien y al mal según la situación. Se ha convertido en alguien a quien ella apenas puede reconocer.
Se volvió distante y desinteresado. Nunca se molestaba en preguntarle cómo le había ido el día, y mucho menos nada. Cada vez que ella tenía un problema, él cambiaba de tema o la ignoraba por completo.
Cuando ella tenía algo alegre que decir, él no le dedicaba ni la hora. No le prestaba atención. Le quitaba esa felicidad tan fácilmente.
No importaba la situación, no importaba su estado de ánimo o su humor, nunca podría contar con él para estar a su lado. No podía contar con él para nada.
Él nunca aparecía cuando se suponía que debía hacerlo. Siempre la hacía esperar o llamaba en el último momento para cancelar los planes. Se convirtió en alguien que la hacía sentir muy sola.
Ella se aferraba a los días buenos, a los días en los que a él le convenía estar allí para abrazarla hasta dormir y darle un beso de buenos días.
Esos días no tenían precio para ella. Podía sobrevivir a todos los malos momentos gracias a ellos. No necesitaba mucho. Necesitaba que él actuara con normalidad, que se recompusiera y viera lo valiosa que era ella.
En cambio, él se convirtió en alguien cuyas palabras atravesaban su alma. No prestaba atención a las palabras que salían de su boca. Eran insultos uno tras otro.
A veces los envolvía en forma de broma, pero ella se daba cuenta. Se enfadaba durante un tiempo, pero siempre perdonaba.
Ella lo perdonaba todo, y se levantaba cada día llena de esperanza de que las cosas fueran diferentes. Pero nunca lo fueron.
El momento en que decidió que ya era suficiente fue un momento ordinario, un momento similar a los que había tenido antes.
Pero ese momento llenó la copa que ya estaba llena. No podía ni quería aguantar más. Toda la falta de respeto, el abandono y toda la soledad se convirtieron en demasiado.
Llegó a su límite. Llegó a ese punto de ruptura en el que supo que no tiene sentido quedarse; en el que se dio cuenta de que su esperanza es un callejón sin salida que sólo le trae dolor.
Tuvo que marcharse, aunque le doliera hacerlo, aunque necesitara cada átomo de su fuerza para no acabar de nuevo en sus brazos y volver a caer en el mismo viejo patrón que había repetido durante tanto tiempo.
Pero esta vez era diferente. Esta vez, ya era suficiente. Esta vez, decidió marcharse y no tuvo ninguna duda de que estaba haciendo lo correcto.
Lucía, nuestra redactora eventual apasionada por la auto expresión. Le gusta escribir sobre todo sobre el amor, la vida y las relaciones en general.