Porque si lo hubiera hecho, me habría dado cuenta de que el amor no significaba que mi cabeza se estrellara contra la pared como una bala que explotara de una pistola. No habría pensado que el regocijo en sus ojos mientras se disculpaba significaba que la gente comete errores, porque lo que hizo no fue un error. No fue accidental ni un juego de manos. Estaba lleno de angustia y odio y de pútridos deseos que permitía, una y otra vez, y me pregunto cómo habrían sido las cosas si hubiera conocido el amor antes de conocerte.
Si hubiera conocido el amor, no me habría acostado con chicos que simplemente se hacían pasar por hombres. No habría escrito mis emociones basándome en mensajes de texto. Habría vivido mi vida: me habría reunido con amigos, habría bailado con chicos, y no me habría quedado sentada en casa esperando a que un mensaje parpadeante me preguntara: «¿Qué haces esta noche?», como si no fuera más que una pieza secundaria, sin pausas legítimas o auténticas para considerar que mis sentimientos podían estar envueltos en mis acciones, que posiblemente anhelaba más. Pero esos deseos sólo hicieron que jugaran conmigo durante mucho más tiempo.
Si hubiera conocido el amor, no habría conocido la desesperación, ni la autocompasión, ni la duda de que había algo evidentemente malo en mi forma de ser. Hasta que te conocí.
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No me enseñaste lo que era el amor: me enseñaste a amarme a mí misma. Me enseñaste que los comienzos más brillantes florecen de los finales más oscuros. Me enseñaste que, ciertamente, a veces no es el momento oportuno, pero el destino interviene cuando tiene que recoger los pedazos destrozados de los imbéciles que nos hicieron mal, de las personas a las que nos engañamos para que las apreciáramos.
Me enseñaste que mi valor es mayor que la cantidad de valor que yo le daba. Cuando me agobié por la vida, no te burlaste ni te escabulliste ni disminuiste esos pensamientos milenarios como una pérdida de tiempo. Me diste validez en todas las formas en que un ser humano puede dar validez a otro cuerpo vivo, que respira y que en su mayoría es inseguro, y que sólo ansía los simples actos de bondad que tú exudabas a diario.
Trajiste de vuelta a una mujer rota del borde de creer que no era más que lo que los hombres que elegía juraban decirle: comparsa, regañona, lamentable, poco atractiva… o, como dijo mi ex marido, lo peor que podía pasar.
Me has hecho el regalo más dulce de la vida y, gracias a ello, me erijo como una persona nueva que no duda ni un solo milisegundo de que me quieres, de que no me defenderías, ni me protegerías, ni siquiera escucharías mis historias ñoñas en repetición como una película de mierda de Hallmark un sábado por la mañana.
Tú sacas lo mejor de mí cuando yo permití que tantos corazones sacaran lo peor durante tantos años. Durante tantos años no me di cuenta de lo que merecía, del tipo de romance que mi corazón, mi cuerpo y mi alma ansiaban a nivel espiritual y exclusivamente humanista. No había conocido el amor antes de conocerte y me estremece siquiera pretender pensar en lo que sería mi vida, si aún no tuviera ni idea.
byCourtney Dercqu
María Eugenia, nuestra blogera experta en relaciones. Basándose en experiencias reales y comportamientos estudiados, aporta consejos para ayudar a los demás a aumentar el deseo en la pareja.