He pasado años y años de mi vida sin saber lo que era el verdadero amor. Lo buscaba en todo y en todos.
De alguna manera, pensaba que el amor debía ser un gran y secreto oficio que no todos podían dominar. Suena raro, lo sé. Pero estaba convencida de que el amor no era algo que fuera a estar en mi vida.
Pasé por muchas cosas. Fui una chica maltratada por narcisistas, psicópatas emocionales e incluso por mí misma. Puede que ahora te preguntes, ¿cómo pude abusar de mí misma?
Pues es fácil. Fui a por todas pensando que podría cambiarlas y que con el esfuerzo adecuado me querrían tanto como yo a ellas.
Lloraba hasta quedarme dormida porque no podía creer que algo tan hermoso como el amor pudiera doler tanto.
Y entonces… estabas tú.
La primera vez que te vi fue, en realidad, el día en que decidí empezar una nueva vida y dejar de pensar en si alguien iba a quererme o no.
De alguna manera, quería amarme a mí misma más que a nadie. Estaba sentada en una cafetería, escribiendo mis pensamientos, y ese fue el momento exacto en el que llegaste a mi vida.
Eras tan dulce y amable. Pensé que había olvidado cómo era la cara de una persona amable.
No había nada que pudiera hacer para que te fueras porque estabas decidido a amarme y a hacer que te amara. Lo hice. Me enamoré de ti y lo más loco de todo es que me atrapaste.
No me dejaste caer por ti para que siguiera cayendo para siempre, pero me atrapaste y te fuiste conmigo a una vida totalmente nueva.
Tú tampoco lo tuviste fácil. No aprendiste mucho sobre el amor con tu novia infiel y eso no es algo de lo que debas avergonzarte. Ahora estamos aprendiendo juntos.
Desde el primer día, el fuego entre nosotros no se apagó; siguió manteniéndonos calientes y protegidos.
Me haces sentir protegida. Me haces sentir segura. Me haces sentir amada y apreciada. Pero no hay nada que agradezca tanto como el hecho de que me hagas sentir que soy suficiente.
Soy suficiente. Para ti, para mí, para el mundo.
Me mostraste el amor. Me mostraste lo que es el amor y que no es duro, que no es sufrimiento. Me mostraste que el amor incondicional y genuino nunca tiene un fondo tóxico, sino el hermoso sentimiento de pertenencia.
Me enseñaste a amarme a mí misma el día que decidí enamorarme de ti. Me dijiste que no hay nadie que pueda amarme como yo puedo amarme a mí misma y tenías razón. Pero es agradable ver que otra persona tiene el valor de amarme también.
Gracias por todo lo que has hecho por mí. Por todo lo que eres y todo lo que me has enseñado. Gracias por ser quien eres.
Ahora me he dado cuenta de que los finales no tienen por qué ser tristes, sino que pueden ser felices y bonitos, sólo porque estoy viviendo mi vida contigo y quiero pasarla contigo hasta el final de mis días.
El final no será triste, porque sé que habré pasado mi vida en tus manos y con mi cabeza apoyada en tu hombro.
Pero no hablemos de la muerte. Hablemos de cada nueva mañana que paso besándote y de cada noche que pasamos amándonos aún más que la noche anterior.
Es la sensación más satisfactoria saber que ahí fuera hay alguien como tú esperando a cada mujer que ha sobrevivido. Es como saber que todas tendrán su propio final feliz.
Un final feliz que nos enseñará que el amor es real y que el amor siempre esperará a los pacientes.
Lucía, nuestra redactora eventual apasionada por la auto expresión. Le gusta escribir sobre todo sobre el amor, la vida y las relaciones en general.