Querido J,
«Le dije que lo hiciera. No estaba contento. Cada vez que intentaba hablar contigo, no me respondías al mensaje. Todo el mundo veía que no era feliz y cuando intentaba hablar contigo sobre el hecho de que no era feliz, me ignorabas. Intenté hablar contigo de ello todo el tiempo. Lo siento, la única vez que pude hablar contigo no quise pelear. Bueno, si quieres que seamos amigos, podemos intentarlo durante un tiempo. No me importa de ninguna manera. No te quiero. No quiero estar contigo».
Esa fue la última pelea que tuvimos. Cuando te vi después, en un partido de fútbol en octubre, sólo dijiste: «Oh, sí», mientras pasabas junto a mí con tus amigos. Quise detenerte. Quería abofetearte. Quería hacerte tantas cosas, pero no lo hice. ¿Por qué? Porque al final, no vales la pena.
Entonces, ¿merecía la pena dejarme? ¿Merecía la pena alejarse de la única mujer que estaba dispuesta a permanecer a tu lado, casarse con tu locura y tener tus hijos? Sigo sin saber exactamente qué pasaba por tu cabeza aquel día.
A veces me gustaría saberlo, pero luego recuerdo lo bien que estoy ahora. Estoy a cuarenta y cinco minutos de ti y del drama que creas. No tengo que preocuparme de si vas a tener una sobredosis o a morir por intoxicación etílica. Duermo bien por la noche sabiendo que ya no es mi problema preocuparme por recibir esa llamada telefónica. Y sé lo cruel que parece, pero me merezco algo mucho mejor que eso.
Si llega un momento en el que quieres que nos encontremos, declinaré amablemente. No necesito ir hacia atrás. Siempre serás uno de mis primeros amores, y por ello te estoy agradecido. Sin embargo, me has roto el corazón muchas veces y no merezco ese tipo de trato. Siempre te querré como el idiota paleto que eres, pero no puedo quererte más. Necesito estabilidad y alguien con la cabeza sobre los hombros. Tú nunca vas a ser esa persona. Te quiero, pero no puedo quererte más.
de Marissa Hall
Todos los días me enfrento a aquello que llaman «amor». Mi nombre es Vanesa y conectaré contigo a través de todos mis textos.